Todos ven a un compañero nuevo que llega al colegio, a lo que para él es un ambiente nuevo, y que estoy seguro, viene con una cierta curiosidad por saber quienes serán los que le acompañaran durante un año o tal vez más.
Al presentarse, todos se fijan en sus rasgos físicos, la mayoría del nuevo curso lo encuentra fuera de lo normal, lo encuentran ridículo, o raro, por su estilo o por su forma para presentarse. Estoy seguro que toda la curiosidad o las ganas que tenia el alumno nuevo se van terminar en un par de meses, agotado, no por los estudios, sino que agotado por las burlas o las humillaciones que va a recibir.
Este, sin identificar a nadie, fue sólo un ejemplo, pero estoy seguro que es el caso de muchos que tienen que sufrir este trance en nuestros colegios o escuelas. Es un cuento tan antiguo como la educación misma, que se repite en todos los colegios de nuestro país, sin que a nadie le interese cambiar esa situación.
En lo personal, me da realmente pena el hecho de pensar la reacción de los padres de esos estudiantes que son constantemente atropellados por sus pares. Es una pena pensar que el recuerdo que van a tener cuando sean adultos, el recuerdo que van a tener de no haber disfrutado de su juventud, o que se la hayan destruido sus compañeros que se avergonzaron de compartir con él.
Es terrible ver en los colegios como actúan impunemente esos grupos de alumnos discriminadores que creyéndose superiores molestan, se burlan y humillan a otros por ser como son.
Es terrible también que la gente encargada de los establecimientos educacionales no hagan nada y que incluso ellos muchas veces caen en ese inmoral juego.
Son penosas historias de estudiantes que deberíamos cambiar. Esa es nuestra realidad.
Por Sebastián Rojas.
Estudiante Tercero medio
Liceo de Quilpué.
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